Armando Martínez de la Rosa
COLIMA, Col., 12 de diciembre de 2022.- Símbolo de la mexicanidad producto del mestizaje indígena-español, emblema del fervor religioso nacional, imagen de madre protectora, la Virgen de Guadalupe ha generado en el país un culto como ningún otro, tanto por la profundidad espiritual en que se arraiga como por la celebración que moviliza a decenas de millones de creyentes en esta fecha.
El 12 de diciembre es día de culminación de la fiesta religiosa nacional más importante de los mexicanos. Si la Navidad aglutina a la casi totalidad y es manifestación mundial, la celebración de las apariciones de la Virgen de Guadalupe la supera en fervor, en la expresión popular y masiva de la fe católica.
Para muchos, suele ser el último recurso de petición de milagros, de intercesión ante Dios y de fe honda en que la necesidad será atendida: lo mismo una curación de enfermos terminales que el remedio a dolencias del alma o el encuentro de los hijos perdidos o la protección a la familia. Invocar a la Virgen de Guadalupe es la instancia superior de la fe.
Garantía de protección, imágenes de la Guadalupana se encuentran lo mismo en las paredes de las casas que en establecimientos de negocios, en el tablero de un taxi, en el cotidiano llavero personal, en un tatuaje, en la discreción de la cartera, en el automóvil particular, en la pintura de caballete y en murales, en tapas de libros y hasta en objetos de cerámica.
Y de vez en cuando, la imaginación ha llevado a identificarla en muros deteriorados por humedades donde, se cree, aparece. Hasta en troncos de árboles o rocas intemperizadas o en las varillas oxidadas en una pileta se le pretende ver. La autoridad religiosa pronto desencanta a los entusiasmados creyentes y desmiente el supuesto “milagro”.
LA HISTORIA DE LAS APARICIONES
Así lo explica en su artículo Mitos y realidades sobre el origen del culto a la Virgen de Guadalupe, Gisela von Wobeser, doctora en Historia, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, autora de libros El crédito eclesiástico en la Nueva España y Cielo, infierno y purgatorio durante el virreinato de la Nueva España, entre otros.
“El culto a la Virgen de Guadalupe tiene su origen remoto en un santuario prehispánico situado en el cerro del Tepeyac, al norte de la ciudad de México, dedicado a la diosa Tonantzin. Hacia 1525, el santuario fue convertido por los frailes evangelizadores en una ermita católica, dedicada a la virgen María. Para dar culto a ésta última, los frailes colocaron en ella una pintura de la Virgen como Inmaculada Concepción, realizada por un indio de nombre Marcos, y a la que pronto se atribuyeron poderes milagrosos. Durante las primeras décadas la ermita fue visitada principalmente por indígenas, pero a mediados del siglo XVII, el culto a la virgen del Tepeyac se extendió a todos los grupos sociales. Durante la segunda mitad del siglo XVI, surgió entre indígenas educados a la usanza española una leyenda que daba cuenta del origen de la ermita y de la milagrosa imagen. La leyenda conjuga las dos tradiciones que confluyen en la cultura mexicana: la española y la indígena. Así, a la vez que se inscribe en el marianismo hispánico, fincado en el poder de las imágenes, y sigue un desarrollo narrativo parecido a las leyendas marianas españolas, contiene numerosos elementos de raigambre indígena que lo sitúan dentro de la tradición de los pueblos prehispánicos”.
“Tal vez no haya entre los mexicanos un asunto más controvertido que el de las apariciones de la virgen de Guadalupe. Según la tradición, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, a diez años de la conquista de México Tenochtitlan, esta Virgen se apareció en cuatro ocasiones a un indio pobre, llamado Juan Diego, en el cerro del Tepeyac, también conocido como de Guadalupe, situado a poca distancia de la ciudad de México. En las dos primeras ocasiones, la Virgen pidió al indio que notificara al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que deseaba que en el lugar de la aparición se erigiera una iglesia, para que ella se convirtiera en patrona de los novohispanos y en su intermediaria ante Dios. El obispo Zumárraga se mostró incrédulo frente al relato del indio y solicitó una prueba de la veracidad de los hechos. La Virgen accedió a darla y en una cuarta aparición pidió a Juan Diego que subiera a la cima del árido cerro y cortara rosas de Castilla para llevarlas al obispo. El indio recogió las flores en la manta de algodón que llevaba anudada al hombro, prenda conocida como ‘tilma’, y al extenderla delante del obispo, las flores cayeron al suelo y la imagen de la Virgen quedó estampada en ella. Durante una quinta aparición, en esta ocasión a Juan Bernardino, un tío de Juan Diego, la Virgen de Guadalupe realizó su primer milagro al curarlo de la peste. Zumárraga agradeció a Dios estos milagros, mandó construir la iglesia solicitada por la Virgen y depositó ahí la tilma con la pintura, atribuida a los ángeles o al mismo Dios”.
LA IMAGEN MÁS VENERADA
Mucho antes que en México, en España se veneraba a la Virgen de Guadalupe en Extremadura, en la provincia de Cáceres. Desde el año de 1326, en Extremadura (suroeste de España), hay registros del culto.
Sin embargo, apenas en 1907 fue designada patrona de esa autonomía y en 1928 Reina de la Hispanidad. Como fuere, el culto a la Guadalupana peninsular nunca ha alcanzado ni la importancia ni el fervor popular como en México.
En 1993, la Unesco declaró a la virgen de Extremadura y el monasterio construido en su nombre, Patrimonio de la Humanidad y “poderoso símbolo” de la cristianización de América.
Emperatriz de las Américas, conforme a la designación de la Guadalupe mexicana, la fe se ha expandido hasta Filipinas.
En Colima, donde el culto a la Guadalupana está hondamente arraigado, el principal templo católico de la diócesis está dedicado a ella, la Basílica Menor o Catedral, donde miles se han congregado la noche y madrugada de ayer, domingo, víspera de la celebración principal, a cantar Las Mañanitas a la patrona de México.
Tanto es el culto en Colima que existe un diseño de vestido típico del estado para que las mujeres acudan a la catedral y a las peregrinaciones. Vestidos con traje de manta y ceñidor, a los niños se les lleva de “inditos” al templo.
Durante 12 días, la fiesta, la eucaristía, las peregrinaciones, las visitas personales o en familia, y la vendimia popular del entorno, convocan a unas 200 mil personas en un estado cuya población apenas sobrepasa los 700 mil habitantes, el menos poblado de México.