In memoriam
“Hay que hacer algo en grande para ese día.
Que no pase como cualquiera otro día.
Hay que organizar algo que se recuerde por muchas generaciones”
Así me lo dijo doña María Valencia apenas hace una semana cuando hablamos de que ya se viene el aniversario por los 100 años de la fundación del pueblo de Santa María Miramar.
Yo me le quedé mirando a Doña Mary como sopesando lo que le iba a contestar. Sentí que me estaba invitando a un compromiso grande. Grande como solo puede ser el cumpleaños número 100 de una comunidad y grande como de por si fueron todos los compromisos que a Doña Mary le tocaron en su paso por este mundo y a los que nunca les supo decir que no.
Esa mañana yo había ido casa de Doña Mary a dejar un encargo y no pensaba quedarme más que un momento, pero cuando me fui de allí había pasado un rato largo como dos horas… o algo así.
No es un secreto que entre Doña Mary y quien esto escribe hubo siempre una relación de mucha distancia como resultado de dos formas de pensar -la de ella y la mía, se entiende- distintas y no pocas veces opuestas; más por las formas que por los objetivos pues al final tanto ella como yo deseábamos lo mismo: la paz y el desarrollo para Santa María Miramar.
Esa fue sin duda una de mis conclusiones de esa plática en la que tuve el privilegio de asomarme, como quien se asoma por una rendija, hacia el alma de aquella mujer que había llegado a vivir a Santa María desde hacía ya medio siglo. Más de 50 años durante los cuales mucho ayudó a construir la historia y la identidad del pueblo de Santa María; siempre al lado de Don Rigo su esposo y otros hombres y mujeres de igual dimensión moral a quienes -todo hay que decirlo- es triste ver como las nuevas generaciones ya poco recuerdan y aún menos valoran.
Recuerdo -entre las varias anécdotas que me contó-, de aquella vez cuando dejó plantada a la muerte (así mero dijo), que la había esperado a bordo de una avioneta la cual se estrelló en la sierra de Coalcomán un rato después de haber despegado de La Placita, como parte de una campaña de vacunación que el gobierno de ese tiempo quería llevar hasta el último rincón de Michoacán. “Yo debía estar en ese avión”, me dijo Doña Mary, “pero llegué tarde esa mañana y por eso me salvé. Ya Dios me tenía otro destino”.
¡Y vaya que su destino era otro!
Desde entonces -siendo todavía una jovencita- y hasta sus últimos días; gracias a su formación de enfermería y a los incontables cursos de salud comunitaria en los que siempre se la vio participar entusiasta y activamente, durante más de 50 años Doña Mary se dedicó a prestar auxilio a cuanta persona caía enferma en su comunidad e incluso de comunidades vecinas y siempre de forma gratuita.
“La salud no debe ser para negocio”, me contestó cuando de forma impertinente pregunté si ella había cobrado alguna vez por sus servicios como auxiliar de salud.
Lo mismo se tratara de inyecciones contra el piquete alacrán, niños con empacho, torceduras, paludismos, remedios caseros a base de plantas…, no había enfermedad para la que Doña Mary no tuviera una alternativa de curación. Yo mismo escuché muchas veces a las personas sugerir a algún enfermo: “anda con María Valencia; que ella sabe y tiene buena mano para las inyecciones y sí sabe curar la señora”, y esto lo decían dejando ver en las palabras una fe que era ya casi la mitad de la sanación para quien recibía el consejo.
Me habló Doña Mary de sus muchachos y de sus hijas y de lo orgullosa que estaba de cada uno y cada una de esas vidas; “por más que a veces le sacan a uno las canas verdes, no te creas. Pero yo que los crie los conozco y sé lo que son. Ay está mis nietos como muestra, todos buenos niños…” así dijo.
Y fue entonces que me dijo eso de que quería hacer algo memorable para celebrar los 100 años de Santa María. Me habló de pintar el templo, hacer una fiesta, de mandar grabar en madera y colocarlas a la entrada del pueblo aquellas letras que dan cuenta de la donación que se hizo del terreno para la fundación de esta comunidad cuando todavía se llamaba La Mata de Plátano… y entonces, como si de pronto se le vinieran todos los recuerdos, me habló de las gentes que conoció en su juventud, de sus incontables comadres, compares y ahijados y de la tristeza que sentía de ver que cada vez más la juventud se pierde en la violencia, en los vicios “y en todo eso que a uno le envenena el alma”.
Por eso yo la quedé mirando sin saber qué responderle, pero finalmente le dije que sí. Que yo creo que se puede hacer un evento digno de los 100 años de Santa María, y que, claro se lo dije, porque así lo creo, que sería también una celebración-homenaje a la vida de toda la gente buena que en este pueblo nacieron y que desde acá salieron para otras tierras desde donde, a pesar de todo, siempre volverán para quedarse aquí definitivamente.
Más menos esas fueron mis palabras como respuesta al desafío-invitación que me hizo Doña Mary, y entonces fue ella quien me quedó mirando, y entonces como que ambos, ella y yo, entendimos al mismo tiempo que no estuvo bueno eso de mantener nuestra distancia por tantos años, y entonces como que ya todo estuvo cabal entre los dos. Que sea pues que había paz entre los dos. Eso estuvo bueno.
Luego, según recuerdo, me dijo algo como que lo único que lamentaba es que ya no iba a poder hacer los arreglos para adornar como a ella le hubiera gustado; las calles, el templo, la entrada, las invitaciones…. Solo hasta hoy entendí el verdadero sentido de sus palabras, pues no se refería a que sus manos cansadas y su salud deteriorada ya no le iban a permitir participar elaborando toda aquella lista de cosas que había enumerado. ¡Claramente no se refería a eso!
Organizada y detallista con sus cosas, supongo que de por sí ella tenía ya hecho su plan y cuando me dijo lo que me dijo, es porque ella sabía de antemano lo cerca que estaba su momento de partir.
Hoy finalmente se marchó y dentro de las muchas cosas que deja para la posteridad, a mí me deja una enseñanza y un compromiso:
Me enseño que no está bueno distanciarse de las personas, porque aún en las diferencias podemos sumar esfuerzos y vidas para hacer de este mundo un lugar mejor, siempre que aprendamos a respetarnos en los modos diferentes que somos como seres humanos.
Por esto mismo, sé que el compromiso de sacar adelante un festejo digno de los 100 años de Santa María Miramar no será una tarea que pueda realizar yo solo, así que espero poder encontrar apoyo para semejante tarea. Ya se verá.
¡Vaya pues en paz, doña María Valencia, y que le sea leve su viaje al encuentro con nuestro creador!
¡Amén y hasta pronto!
A don Rigo, Tere, José, Noemy, Blanca… y al resto de su familia; abrazo solidario que la paz sea con ustedes.
Respetuosamente,
Juan Carlos Marmolejo
Zapotán, Municipio Coahuayana, Michoacán, México
Diciembre 28 de 2023