Por Sergio Cortés Eslava
Morelia, Mich., 24 de febrero de 2023.- Hipólito Mora sabe que vive horas extras desde hace 10 años, cuando tenía 57 años; sabe que cualquier día lo pueden matar, en su rancho, en alguna carretera de Michoacán, en Morelia; solo debe estar en el día y lugar equivocado.
Hoy hace una década, un 24 de febrero de 2013 allá en Buenavista, en la región de la Tierra Caliente michoacana, Hipólito Mora junto con un puñado de agricultores, ganaderos, comerciantes y hasta peones, decidieron alzarse en armas, cansado y hartos de que el crimen organizado, los Caballeros Templarios, gobernaran sus vidas ante la impasibilidad, indiferencia o complicidad, de las autoridades federales, estatal y municipales, que dejaban operar a este grupo criminal a sus anchas.
El origen
Con su característico sombrero que combina con la ropa que viste (nunca es el mismo), su barba de candado y lentes, Hipólito Mora acepta la entrevista en un café de Morelia; entra sólo, sin escoltas, afable y amable como siempre, a pesar del riesgo mortal que sabe que corre a todas horas, como lo han demostrado los diferentes atentados que ha sufrido, el último apenas el 14 de diciembre del año pasado, cuando un grupo de sicarios entró a su rancho allá en La Ruana, en Buenavista y trató de matarlo sin resultados, porque él mismo, don Hipólito con arma en mano y sus escoltas, lograron abatir a dos de sus atacantes.
Recuerda que tres años antes de 2012, los habitantes de Buenavista, Aguililla, Apatzingán, Tepalcatepec, principalmente, vivían en la zozobra que se volvió cotidiana ante la presencia de los Caballeros Templarios que lideraba Nazario Moreno González, alias El Chayo, dueños literal, no solo del territorio sino de vidas y honras.
Ante esta situación, desde 2009 Hipólito Mora, el creador de las autodefensas en Michoacán, comenzó a platicar con otros ganaderos y agricultores de la región para tomar las armas y combatir a los Caballeros Templarios, a falta de una autoridad que lo hiciera.
Por esas fechas, la idea, la propuesta, no fue bien recibida del todo, principalmente por miedo, por temor a perder la vida, pero las ejecuciones, los secuestros, las violaciones y la falta del Estado de Derecho, convencieron a ese grupo de terracalenteños a tomar las armas y enfrentar como pudieran a los Templarios, que para ese tiempo ya dominaba todo Michoacán y prácticamente controlaba todas las actividades económicas, desde la venta de fayuca pasando por la extorsión a todo tipo de negocios, comercios, agroindustria, cultivos, minas, puertos, ayuntamientos, alcaldes, policías municipales y estatales, diputados, empresarios, secuestros.
¡Ellos, los Templarios, ponían a los presidentes municipales, a los directores de Seguridad Pública, a los de Obras Públicas!
“Sin temor a equivocarme, lo llegué a ver antes de que surgiéramos, que gran parte del gobierno estaba coludido con el crimen organizado; llegué a ver en las calles a policías municipales y estatales platicando, cada quien en sus camionetas, con los sicarios, hasta tomando, allá en La Ruana y yo decía: Quién nos va a salvar, quién nos va a ayudar a salir de estos. El gobierno ni esperanza porque si un grupo de ciudadanos denunciaba una extorsión ante la Fiscalía, de ahí mismo les avisaban (a los Templarios) y pronto amanecían muertos o ya no aparecían”, explica Hipólito Mora.
“Yo invité a varios fanfarrones que decían que se mataban con cualquiera, pero nadie se animaba; sin embargo, logré convencer a unas cuatro personas, algunas de ellas que conocía yo desde que nacimos y que todo sufrían las extorsiones, los asesinatos, las violaciones, el cobro de piso, el secuestro, los levantones”.
Sigue: “Nos reuníamos a platicar allá en mi huerta, allá en mi casa; les juro que cuando empezamos, yo tenía solo a esas cuatro personas, ni armas teníamos: yo tenía un ‘cuerno de chivo’, una escopeta de cinco o seis tiros, que la perdí en las autodefensas y una escopetita ‘hechiza’, de un tiro, que todavía la tengo. A uno le presté el ‘cuerno de chivo’, a otro le presté la escopeta de un tiro y la otra es la que yo cargaba y que después perdí y otros de los muchachos tenían solo sus pistolas…”
Su hermana
Cuando Hipólito Mora tomó la decisión de tomar las armas, cuando ya hasta había fecha y todo, recuerda una plática que tuvo con su hermana, la mayor, a la que describe como muy seria, que casi nunca ríe:
“Somos diez hermanos, la mayor es mujer, muy seria, muy mal hablada, casi nunca se ríe; cuando le comenté que iba a convocar a mi pueblo a tomar las armas, me dijo: ‘estás pendejo hermano, no lo hagas’. Le contesté: sí lo voy a hacer”.
–Eres un pendejo– le reiteró su hermana.
–Sí lo voy a hacer— afirmó Hipólito.
–Oye cabrón ¿qué no te preocupa? Nos van a matar a toda la familia Mora por causa tuya, pues qué no me quieres?— insistió la hermana mayor, la que casi nunca reía.
–Sí te quiero hermana— le respondió Hipólito.
“Ella estaba planchando. Yo me senté en un sillón, casi atrasito de ella. Me recosté y le dije sí, sí te quiero, pero a estos cabrones no podemos aguantarlos, me vale madres”, rememora el productor limonero.
–Hermano, cómo te pones a decir eso, nos van a matar a toda la familia por causa tuya— le insistía su hermana.
–Pues qué tiene, que me matan a mí, que te maten a ti, que nos maten a todos, pero tenemos que hacer algo.
–Estás bien pendejo, hijo de la chingada.
“Así es su lenguaje, casi no se ríe y sigue planchando y yo acostado analizando lo que iba a hacer. Al ratito le digo: hermana, creo que tiene razón, soy un pendejo, estoy pendejo. Se dio una vuelta y casi soltó la carcajada y que me dice: hasta ahorita te diste cuenta cabrón que eres un pendejo; si yo te bañaba, yo te vestía, te conozco desde que naciste cabrón, no te hagas pendejo. Sí estás bien pendejo y ya le dio gusto y me dice: ¿Entonces no vas a hacer eso verdad? de convocar a las armas ¿verdad? Malas noticias; sí lo voy hacer, aunque estoy pendejo. Y que lo hago” y suelta la carcajada don Hipólito.
La fecha
Recuerda Hipólito Mora cómo se acordó la fecha del levantamiento:
El 12 de diciembre de 2012, en las fiestas de La Ruana, se encontró a su amigo el Quiro, acompañado de varios hombres, todos ellos de Tepeque (Tepalcatepec).
“Le comenté al Quiro lo que iba a hacer y le pedí que hablara con sus conocidos en Tepeque, con la intención de tener más fuerza y protegernos unos y otros; ahí me dice que platicaría con la gente de Tepeque y que le llamaría después”.
Fue hasta el nueve o 10 de febrero de 2013 que el Quiro le habló por teléfono y le dice: “Viejón, ya hay personas que quieren platicar contigo ¿Puedes venir mañana para echarnos una comida? me preguntó y le dije que ahí nos veríamos. Al otro día llegué con otros compañeros y al llegar, en el lugar ya había varios hombres, puros ganaderos en la comida, como 25 o 30 ganaderos.
“El Quiro me saluda y me echa el brazo y me dice vente para acá y me lleva a una camionetita cerrada y en el volante está el Abuelo Farías que yo no conocía, pero sí había oído hablar de él y me saluda y me dice: Pásele don Hipólito. Me subo, el Quiro se sube en la parte de atrás y el Abuelo me dice: ya el Quiro me dijo de qué se trata”.
Fue ese día en esa reunión con el Abuelo, señalado infinidad de veces de ser uno de los principales narcos de la región de Tepalcatepec, cuando se acuerda el día y la hora para el levantamiento armado que haría historia no solo en Michoacán, no sólo en México sino en el mundo entero: 24 de febrero de 2013 a las 12 del día, después de misa en La Ruana.
Llegó el 24 de febrero de 2013 y en su arenga, Hipólito Mora convoca a los habitantes de La Ruana en el municipio de Buenavista, a tomar las armas para sacar de pueblo a los Caballeros Templarios.
Recuerda que cuando terminó la reunión ese día, se le acercó uno de los presentes con un teléfono celular:
–Don Hipólito, le hablan por teléfono.
–Quién— preguntó.
–El Bebé.
“Yo ya había oído hablar de él, que era el jefe de Plaza de La Ruana”, señala.
–Me dicen que le pase el teléfono— le dijo el mensajero improvisado.
–No, yo no tengo nada que hablar con él, ni siquiera lo conozco.
–No, pero es el Bebé.
La gente le tenía mucho miedo y con todo y Bebé , ese día comenzó la lucha armada contra los Caballeros Templarios.
Cuenta: “Les pregunté a la gente que estaba con nosotros, que quién conocía las casas de seguridad (de los Templarios) y pues todos conocía dónde estaban y les pedí que fueran”.
“Y que empiezan a ir. Unos andaban a pie, otros en bicicleta, uno que otro en carro, pero después, de las casas salieron en Mercedes Benz, en puros carros de lujo porque los narcos se salieron solos del pueblo, sin un solo disparo, pero no alcanzaron a sacar todo. N’ombre tenía la caravana yo con puro carro de lujo y nos vamos a las cinco entradas de La Ruana, a cubrirlas con poquitas armas, pero al rato comenzó a llegar el Ejército, la Policía Federal”, narra Mora Chávez.
Una anécdota
Recuerda que como a la semana del levantamiento, le habló vía celular el director de la Policía Municipal de Buenavista: “Yo ya tenía toda la referencia de él: lo puso el Chayo, también al alcalde que estaba y me llama y me dice: Sabe qué don Hipólito, me gustaría platicar con usted y le digo pues véngase y me dice: ¿Me puedo llevar un grupo de policías? No hay problema, tráigaselos”.
Cuenta don Hipólito que cuando arribó el director de la Policía Municipal junto con sus hombres, sin más, los autodefensas les quitaron todo: armas, patrullas, equipo táctico y los encerraron.
“Yo sentí que ganamos fuerza con todas esas armas y luego llega el ataque de las 5 de la mañana el 28 de abril, donde murieron muchos de ellos porque nosotros ya los estábamos esperando, ya estaba el Ejército ahí, ya estaban los federales”, señala.
Rememora Hipólito: “Fue el 28 de abril de 2012 cuando en Buenavista a las 5 de la mañana, arribaron como 30 camionetas de Templarios con al menos 10 hombres armados cada una; cuando supimos eso, les dije a los muchachos que muchos de nosotros íbamos a morir y que el que quisiera irse, lo hiciera en ese momento. Muchos lo hicieron y se llevaron sus armas. Les dije que ellos no eran gente de armas, que les faltaba güevos”.
Con pura intuición para combatir, Hipólito Mora recuerda que ante el embate de los sicarios, giró instrucciones para que algunos de sus hombres se colocaran en lugares estratégicos para repeler la inminente agresión y les dijo: “Cuando nos empiecen a matar a algunos de nosotros, ustedes recojan las armas y peleen con ellas también”.
Cuando nos empiecen a matar.
Sabía su realidad, su vulnerabilidad, sabía que michos iban a morir ese día.
Narra que un comandante militar le dejó siete soldados que se colocaron en la parte superior de la Plaza de Toros del lugar y ahí se parapetaron y atacaron a los sicarios cuando ingresaron al pueblo “ya echando bala a los autodefensas”.
“Los sicarios iban fuertemente armados, con ‘cuernos de chivo’, con Barrets, con granadas, con miles de balas”, apunta el luchador social.
El enfrentamiento armado duró varias horas hasta que el puñado de autodefensas, don Hipólito, los soldados y los federales, hicieron huir a los Templarios, dejando a varios de sus muertos en tanto que por el lado contrario, se registraron cuatro fallecidos: “Buenos muchachos”, dice melancólico el productor limonero.
“Me dio muchísima rabia”, apunta.
Ese día, los autodefensas lograron capturar a 30 de sicarios de los Templarios y al menos a dos cabecillas del grupo criminal.
El Chayo, el escarmiento
De Nazario Moreno, el Chayo, don Hipólito Mora reconoce que nunca lo conoció, pero sabía quién era, sabía su fama y tras interrogar a algunos de los detenidos, de los sicarios Templarios, se enteró de la orden que el Chayo había dado: “Ellos iban a hacer algo, pero muy cruel, muy sanguinario, porque sus instrucciones eran que cuando mataran a Hipólito y a su grupo, irían a la iglesia y matarían a toda la gente que estaba escondida ahí, para que sirviera de escarmiento y nunca más se volvieran a levantar”.
“El Chayo era el jefe de los Caballeros Templarios y no había quién, ni la Tuta ni nadie, que dijera no a una orden de él. Le tenían miedo, le tenían terror y dicen que el Chayo era un tipo de muchísimo valor y aparte muy sanguinario, que hasta les llegaba a sacar el corazón a sus enemigos y se lo comía”, cuenta Hipólito.
También recuerda que le informaron que si el Chayo dudaba de alguno de sus seguidores o sospechaba de alguna traición, “sacaba el arma y lo mataba ahí mismo, para infundirle terror a los demás, por eso le tenían tanto respeto”.
El Padre Goyo
Otra anécdota que recuerda Hipólito Mora y que le provoca una franca carcajada, es la que se dio en Apatzingán, con el también luchador social y sacerdote Gregorio López Gerónimo, mejor conocido como el “Padre Goyo”.
Cuenta que en plena efervescencia de la lucha armada, el Padre Godoy lo invitó a una misa en Apatzingán y cuando estaban juntos, vía telefónica el jefe de Plaza de los Templarios en esa ciudad, le dio un lacónico mensaje al sacerdote: “No vayan a salir a la plaza tú y Hipólito Mora, porque ya les tenemos francotiradores en los edificios y los vamos a matar si salen”.
Para ese momento, la plaza del Centro de Apatzingán estaba llena de gente que quería escuchar y hablar con Hipólito Mora.
“Le dije al padre Goyo”:
–Padre, hay que salir, esa gente quiere hablar con nosotros.
–No Hipólito, nos van a matar.
–Ah, que chinguen a su madre, a mí no me asustan, tengo un año toreándolos.
–No, yo no voy Hipólito, nos van a matar.
“Que le digo al Padre: Vámonos y que la gente se mete al estacionamiento de la iglesia; ahí estábamos nosotros. Y según el Padre traía pistola y la presumía y todo y le digo: Vamos Padre. Y me dice no, yo no voy.
“Me da risa porque somos amigos con él y que le digo riendo: Pinche culo cabrón, no que muy valiente” y otra vez suelta la carcajada.
“Y así fue como empezaron a surgir más autodefensas, que a los pocos meses ya estaban contaminadas por delincuentes, sobre todo por supuestos líderes que se empiezan a molestar conmigo y luego avientan de vocero a cierto personaje del que no quiero ni decir su nombre, que lo pone el crimen organizado”, apunta Mora Chávez.
Lo demás, ya es historia.
–Don Hipólito, deje le hago la última pregunta de mi parte. Se la tengo que hacer: siente usted que está viviendo horas extras.
Y se ríe.
–Sí, como no, sí, claro que sí. Siempre he sentido la muerte muy de cerca.
–¿Cuánta gente murió don Hipólito?
–No llevé la cuenta, pero fueron muchos.