Editorial del semanario Eco de Tepalcatec
Este año se cumplen 16 años de la desaparición forzada de mi padre. 16 años que se acercan peligrosamente a los 17, 18… 20; 16 ya son demasiados años. Justo la mitad de mi vida, este año yo cumplí 32, de aquí en adelante, su ausencia sólo será la mayor parte de mi vida, no menos, nunca menos. NO debieron haber pasado tantos años. No debió haber estado tanto tiempo desaparecido y no debieron haber tardado tanto en encontrarlo.
En adelante y por el resto de nuestras vidas también nos desaparecieron a nosotros, mi familia era una con él, estábamos completos, ahora somos otra, con un mar de recuerdos y fotos antiguas cada vez más lejanas de aquella familia sonriente, joven, viajando, conociendo nuevos lugares en nuestra camioneta. Juntos la mayoría de nosotros conocimos el mar, con esa familia que formó mi padre aprendí a leer y escribir, aprendí a hablar, aprendí lo que era pertenecer y sentirme a salvo, aprendí lo que era la valentía. Después de su desaparición y en los pasillos de la Procuraduría aprendí a odiar, aprendí a diferenciar el miedo del terror, a buscar siempre la mirada de aquellos que siempre nos mentían, de aquellos que sabían quiénes fueron parte de tu ausencia.
Con el pasar de los años aprendí que la justicia es indiferente a nuestro dolor, que la justicia es un obstáculo para la misma justicia, la justicia del Estado no busca resolver, busca que envejezcas y te canses de esperar, busca que te rindas.
Sigo sintiendo escalofríos evitando pensar qué pudo haber pasado esa noche del 20 de noviembre de 2006. Entre más pasa el tiempo, más se escurre de mis pensamientos su rostro y su voz, y esa es la peor muerte: el olvido, me lo están arrebatando aún más.
Siempre pedía y rezaba que no haya sufrido mucho, que el dolor no lo haya vuelto loco, que no lo hayan golpeado, que no lo hayan torturado… Aún quiero pensar que no le hicieron nada, que sigue vivo. No sabemos si estás muerto, no lo queremos pensar. Es inevitable siempre que escribo, termino como escribiéndote, todo lo que escribo te lo dedico, como esperando a que lo leas en algún lugar o el día que regreses leas todo esto, sentado en el comedor, como alguna vez lo soñé: Llegabas a estacionarte en la entrada y el carro hacía mucho ruido; creo fielmente que ese ruido no lo hace ningún otro auto, bajabas del carro y abrías la reja diciéndonos “tareas, tareas”. Y todo esto jamás había pasado; sólo en sueños no existe la ausencia.
No le deseo a nadie una vida suspendida en el tiempo, vernos envejecer y seguir escribiendo cosas que no nos van a devolver a José Antonio García Apac. No le deseo a nadie el dolor de pecho de no poder llevar flores a algún lado en Día de Muertos, ni siquiera tener un altar para evitar sentir que lo matamos porque sobre todo lo buscamos vivo… No poder prender ninguna vela en su cumpleaños y el dolor de los primeros años nuevos, ese enero de 2007 no podía hacer otra cosa más que llorar, te fuiste tú y mi familia de la niñez, mi niñez incluida, mi cordura apenas se quedó. Dos años antes se moría mi abuela, su madre, qué bueno que ella no vivió su desaparición, no le deseo a nadie ver y esperar la muerte sin encontrar a su hijo. Y sigo luchando para que nadie en mi familia se vaya sin antes haberlo encontrado.
Sabemos que esta respuesta de justicia no llegará de manos del Estado, sabemos que esta mirada hacia nuestro dolor no será de parte de ellos, ni la urgencia de encontrarlo. Sólo quieren que pase el tiempo, que el puente mal hecho no se caiga en su administración, que la cifra del dinero robado no salga durante su sexenio, que los muertos no sean contados hoy, que vean la noticia de un desaparecido hace un año porque a nadie le va a importar, el aliado del poder es el pasado.
Y esa es la justicia que no nos han podido entregar: la verdad… En realidad, no nos han podido entregar nada. Ni su cuerpo, ni su celular, ni su carro, ni sus pertenencias, ni su atención nos han dado. 3 gobiernos estatales que le siguen temiendo al crimen organizado, que evitan pisar ciertas regiones de Michoacán, que evaden la historia de lo que han construido, del lugar sin paz en el que han convertido nuestro Estado, en la gran fosa común que crece día a día. Desde hace años el poder se le ha ido de las manos, también el rumbo y el futuro.
En agosto de este año se reportó que desde 1964 a la fecha, México contabilizaba más de 105 mil personas desaparecidas y no localizadas, según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas, de las cuales casi 32 mil fueron desaparecidas en los últimos 3 años.
Qué país es este, en él asesinan y borran a tantas personas, sin olvidar a tantas más fuera de la cifra oficial, de aquellos secuestrados por el narcotráfico y que sus familias no pueden denunciar y lloran en silencio.
Lamentablemente nos queda mucho camino por andar, pero en el camino podemos seguir encontrando tu rostro y los rostros de María Esther Cansimbe, Mauricio Estrada Zamora y Ramón Angeles Zalpa. En Morelia les hacemos memoria y un mural se erige para ser un homenaje al trabajo por el cual dieron su vida.
Seguimos recordando y seguimos exigiendo justicia, pronto tendremos más murales, más placas con sus nombres y rostros, más lugares para hacerlos presentes y acompañarnos día a día.
Afortunadamente sigo de pie, sigo vivo para nombrarte, mi vida también es la de mi padre.